LEYENDAS MATAMORENSES

P R O S A  IV.

1930-1962                           

  1. I.                    O TODO O NADA

 

                Si yo fuera un narrador pedante que quisiera pasar por erudito, en lugar del llamado “O todo o nada”, habría hecho decir al fantasma de esta leyenda “Aut Caesar, aut nihil” que fuera la divisa de César Borgia, aunque el otro César no anduvo de ambiciones menos escaso, pues prefirió “ ser el primero entre los bárbaros y no el segundo en Roma”; pero como prefiero seguir el consejo de Don Quijote al garzón titiritero, hablare con llaneza y el fantasma dirá –como en efecto dicen que dice – “O todo o nada,” llanamente.

                Y prosigue la llaneza, pues el hecho aconteció y acontecerá en una parte de esa zona geográfica de México que se llama la llanura tamaulipeca, en un lugar no determinado, pero sí  cercano a la H. Matamoros. En esta llanura, a trechos, crece una vegetación cerrada y chaparra, por analogía con los montículos aislados rematados en punta roma, que los matamorenses llaman “mogotes”, así hay algunos denominados diversamente: “Mogote de Santiago”, “Mogote prieto”, “Mogote escondido”, etc.

                En uno de esos mogotes, cuyo nombre no sé y cuya ubicación ignoro, pero sí sé, porque varios de mis paisanos me lo  aseguran, existe en los alrededores de Matamoros, sucede lo que sucede. Y lo que sucede es que cuando algún caminante, bracero repatriado, contrabandista, o simplemente caminante perdido, se interna en dicho mogote, encuéntrese de pronto, en un claro, un viejo guayín abandonado y,  al acercarse curioso ven con júbilo de dicho vehículo está no sólo, lleno, sino copeteado de pesos fuertes, blancos, pesados, de aquellos del siglo XIX.

              Pero… (el imprescindible “pero”) si el hallador trata de embolsarse algunos, una fuerza misteriosa se lo impide al tiempo mismo que una no menos misteriosa voz se escucha que imperativa dice: “o todo o nada”. E inútiles y vanas son cuantas artimañas o tretas se intenten para apoderarse de parte del mogotoso tesoro, siempre la fuera misteriosa lo impide y siempre la misteriosa voz ordena: “O todo o nada”.

              Algunos ha habido que, con rapidez asombrosa han logrado hacer llegar a sus bolsillos algunos de esos pesos, entonces sucede algo inaudito; los pesos rompen el bolsillo y rodando rodando y quebrantando las leyes de la gravitación universal suben orondos por el eje del guayín o por las ruedas y se colocan tintineando entre sus compañeros, únicamente que el tintineo suena a risa burlona.

               Con espanto los tímidos o por fin desalentados valientes, salen del mogote.  Y todos lo que encuentran el famoso mogote  inmediatamente van en busca de un tiro de caballos, mulas o hasta borricos si no hay mas –usted haría lo mismo—y regresan esperanzados y contentos. Pero… (otra vez el imprescindible “pero”) recorren días y noches y hasta meses y años enteros todos los mogotes habidos y por haber en la llanura matamorense y nunca jamás vuelven a encontrar el mogote del guayín de pesos.

                Cuentan los viejos de la región que los pesos y el guayín pertenecían a un padre rico que los dejó como herencia a dos hermanos recomendándoles se repartieran por partes iguales la mitad del dinero para cada uno y que del guayín hicieran dos “arañas” o volantadas, mas los dos hijos ambiciosos dijeron: “O todo o nada” y jugaron a los dados su respectiva parte, que ganó el menor y partió de Matamoros, sin que nunca más se supiera de él; el perdedor también se fue, ignorándose hasta la fecha su paradero.

              Otros viejos desmienten a los anteriores y afirman que si bien se trata de una herencia, ésta era entre cuatro hermanos, tres mujeres y un varón, el cual, una noche desapareció con el guayín y los pesos y hasta el día se oye hablar del coche y las monedas, no se sabe el paradero del infiel, aunque todos suponen que está achicharrándose lentamente en un sitio un poquito, un poquito más de caluroso que la H. Matamoros.

                Sea lo que fuere, lo importante es apoderarse del tesoro y cavilando sobre el asunto varias noches, he encontrado un método que me parece hacedero y práctico. Y como no soy egoísta, enseguida lo público. Sencillísimo. Cuestión de entrenamiento. Provéanse ustedes de un guayín del mismo tamaño y peso que el del tesoro enmogotado y tire de él el primer día; el segundo día póngale un peso fuerte, del mismo tamaño, cuño y peso de los que contiene el guayín y jale siquiera una distancia de medio kilometro; al día siguiente añada otro peso de la misma plata fuerte y jale seiscientos metros y así todo los días siga echando peso tras peso y tirando kilómetro tras kilómetro hasta que llegue a arrastrar con toda facilidad el guayín lleno de pesos por decenas de kilómetros; cuando ya pueda hacerlo –todo es cuestión de entrenamiento—busque en toda la región de Matamoros mogote por mogote y cuando menos lo espere, dará con el guayín de los pesos y entonces, al llevárselo todo la fuerza misteriosa no se lo impedirá y el mandato de “O todo o nada” será cumplido.

                Al leer lo anterior seguramente muchos, muchísimos se entrenarán y el año próximo afluirán a Matamoros, además de los ochenta mil braceros de cada año, ochocientos mil buscadores del tesoro del guayín. A los cuales finalmente dígoles: No se preocupen por alojamiento; en la actualidad se construyen ochocientos mil hoteles en la H. Matamoros Tamaulipas. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II. APRENDIZ DE BRUJO

                Ignoro si en la H. Matamoros, Tamps., Existen aún brujas, o si desaparecieron cuando se inauguró la luz eléctrica, pero de que las hubo…

                Desde el patio de mi casa solariega  –ancha en la casona baja– se divisan los balcones de la casa de los pisos de Doña Gregorita, y, de tarde en tarde, solía ver a dicha señora y a sus dos hijas asomadas a los balcones. Para mi imaginación de chiquillo de ocho años, las tres mujeres eran los seres más felices de la tierra: podían ver el pueblo desde una altura… ¡y verlo cuantas veces se les antojara!

                Un día mire unos hombres en la azotea de la casa de Doña Gregorita. Mi pasmo no se contuvo:

                — ¡Mamá, mamacita, mira!– grité.

                —Son albañiles, hijito, andan componiendo la azotea.

                Desde este momento deje de envidiar a Doña Gregorita y a sus hijas: los supremos venturosos eran los albañiles… ¡podías subir hasta las azoteas!

                Frente a nosotros vivía Doña Inés, Sra. Que pasaba por bruja, todo el pueblo, y particularmente el barrio le temía; menos nosotros, pues mi madre nos había enseñado a no temer y si respetar a Doña Inés. Llevaba con la bruja relaciones poco estrechas, pero no hostiles.

                La mañana de un sábado, la vecina bruja vino a mi casa y le pidió a mamá que me permitiera hacerle compañía durante la noche,  pues ” le había entrado miedo de dormir sola”.

Mi madre me consultó:

—¿Quieres ir a dormir a casa de doña Inés?

– -Si, madre.

— Allá se lo mando al oscurecer, Doña Inés.

— Gracias, no sabe cuánto se lo agradezco.

Esa tarde conté a mis camaradas el suceso. Comentaron:

–¡Te va a comer!

–¡Te va a sacar los ojos!

–¡Te va a chupar la sangre!

–Te va a volver tecolotito!

Regresé a mi casa algo impresionado y alcancé a oír el final –de una conversación entre mi madre y una vecina:

–Usted sabe lo que hace, señora.

–Nada le pasará, y si algo le sucede… ¡una madre puede más que todas las brujas de la tierra!

                Doña Inés dormía en un catre de lona y tendió otro para mi. Hacía calor y brillaba la luna llena. Por la ventana abierta llegaban los ruidos nocturnos. Mando que me acostara, obedecí, me cubrió con una sabana, apago la vela y la oí acostarse. Las palabras escuchadas a mi madre me daban valor y los pronósticos de los chicos una curiosidad máxima. Recordé que las brujerías se hacen a la media noche y me propuse no dormirme sino hasta después de las doce. Oí las diez en el reloj del parián cuando empezaba a adormitarme. Para ahuyentar el sueño traté de resolver los problemas de aritmética que tenía que presentar el lunes…pero sentí más sueño; pasé a la geografía y quise reconstruir mentalmente los contornos del mapa de México: resultó la Baja California más ancha que Yucatán. Oí las once, pasé revista a los sucesos de la semana:

                Los pantalones rotos al brincar la cerca; una carrera ganada a Alonso, el mas veloz de mi pandilla; mi canica grande de cristal de colores; colores que trajeron por asociación la imagen de la vecinita de la otra calle, morenita, gordita, vestida de chillante rojo, con grandes moños en la cabeza y en… ¡las doce!… Doña Inés, desde su catre me llama quedo:

— M…e…m…e…

–¡Meme!

Permanezco silencioso. Más fuerte:

–¡¡Meme!!

                Continúo callado. La oigo que se levanta y enciende la vela. Tengo un ojo completamente cerrado y con el otro apenas entreabierto, por entre las pestañas, atisbo.

                La veo ir a una mueble, sacar un bote, untarse del contenido en todas las coyunturas, ir a un rincón por una escoba, situarse en medio del cuarto, cabalgar en la escoba y decir clara y distintamente siete misteriosas palabras, a las que puse mucha atención y se quedaron inmediatamente grabadas en mi memoria.

                No bien había acabado de pronunciar la última de las siete palabras la vi salir volando por la abierta ventana, hacia la luna. En pocos instantes era solo una silueta negra que disminuía de tamaño hasta verse como el de un cuervo, luego como una araña, después, nada.

Me levanté, busqué el bote, me unté de su contenido en todas las coyunturas, busqué un vano una escoba a la que reemplacé por un bastón, cabalgando en él me situé en medio del cuarto y dije las misteriosas palabras. Entonces las recordé perfectamente, ahora, como han pasado tantos años, ya las he olvidado.

                Sin saber cómo, me encontré en la azotea de la casa de Doña Gregorita. A la luz de la luna en plenitud realice uno de mis sueños ver el pueblo desde una altura. Pero como hasta el placer cansa, me quede dormido.

–¡Meme, Meme!

Me despertaron, en la madrugada, cautelosos, los llamados de la bruja.

–Aquí estoy, Doña Inés.

Desde abajo, donde se encontraba, me hizo señales de que callara.

Trajo una escalera y bajé.

Camino de mi casa, venció mi curiosidad y le pregunte:

–Dígame, Doña Inés, ¿por qué no fui yo volando hasta la luna?

–Porque montaste en un bastón en lugar de haberlo hecho en una escoba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III. ASÍ PAGA EL DIABLO

                Sucedió en Matamoros. Para mayor fidelidad, en la H. Matamoros Tamaulipas, México. Y fue en el siglo diecinueve, sin precisar, pues mientras una abuelita afirmaba que aconteció a principios del siglo,  otras aseguran que a mediados y no faltan las que aseveran que en el último tercio. El caso es que todas están de acuerdo en lo sustancial de la aventura de Abundio el violinista.

                Los músicos de entonces –y no era rara excepción Abundio–, como aún no estaban sindicalizados, pasaban la pena  adiposa para subsistir. En Matamoros, en aquellos días pequeño pueblucho, tocaban solo ocasionalmente; cuando algún personaje o personajillo partía de viaje, iba la murga a despedirlo ejecutando “Las Golondrinas”; al regresar lo recibían con “Las Dianas” ; estaban los filarmónicos al tanto de los días onomástico de señores y señoritingos para tocarles “Las mañanitas”; se enteraban de los aniversarios y hacían lo mismo. Unos cuantos bailes al año, una que otra boda rumbosa, escasos bautizos de postín, contadísimas “serenatas” –previo permiso municipal—y termine usted la cuenta.

                Época dura, sobre todo en invierno se pasaban varias noches en blanco, de tertulia en alguna fonda –todavía no se llamaban restaurantes—que tenían su ”piquera” – un rinconcito con rejas, donde se servían bebidas alcohólicas—y como en aquel entonces y en este ahora, sobra quien invite al libar y escasea quien lo haga a comer, resultaba que los músicos, en su inmensa mayoría –y Abundio el violinista no era la excepción—se retiraban en la alta noche a sus casas con los intestinos sin sólidos, y los estómagos a medio llenar o llenos por completo, de líquidos espirituosos. Una de las tales ocasiones iba Abundio dando traspiés. Y entre uno y otro invocó:

–Si el Diablo me lo pide, al Diablo le toco.

                Tras lo cual, sin haber obstáculo a su paso, dio con su figura y su violín sobre lúteo pavimento.

                No se sabe – y creo que nunca se sabrá—el lapso que estuvo en la rúa, pero puede conjeturarse que no fue largo. Un personaje – las abuelas lo describen como alto, esbelto, carilargo, ojos oblicuos de esclerótica roja, de mirar llameante, pobladas cejas, prominente nariz aguileña, mostachos a la borgoñona, barbilla mentoneana, orejas de lobo, alto sombrero de copa que apenas disimula algo así como unos apéndices parecidos a caprina encornadura, negra capa española con esclavina roja, capa que oculta en el siniestro lado el espadín y por la parte media posterior no menos largo rabo y borceguíes que calzan pezuñas—levantó a nuestro violinista, mandándole:

— Abundio, ven a tocar.

Y en seguida lo ayudo a subir a un coche cercano que Abundio no supo como llegó hasta allí.

— A mi baile – ordenó el de la capa rojinegra,

                                Y el coche se arrancó con rumbo para Abundio desconocido, tan pronto le parecía que iban para el barrio de la “Anacahuita”, o para la “Garita de Puertas Verdes” o bien para el “Estero Seco”. Paró por fin el coche descendiendo nuestros personajes en un vasto salón tan vasto que allí estaban todos, absolutamente todos los habitantes de Matamoros, sin faltar uno siquiera.

— Empieza a tocar, Abundio – Ordenó el de la capa rojinegra—y hazlo “vivace” , fortísimo” y “monto feroce”.

                Principio Abundio a tocar su violín y dio comienzo la zarabanda. Formándose las parejas y aquello fue un continuo danzar y tocar. Al rato Abundio se cansó, pero vino inmediatamente el de la capa rojinegra y le propino tremendos azotes con el oculto rabo, faena para la cual puso el rabo al descubierto y lo mismo hacia con los que se cansaban de bailar. Y así pasáronse horas de música, baile y azotes.

                 Por fin canto el gallo y se escucho lejano tañer de campana. Como arte de birlo birloque desaparecieron piso, techo y personas del inmenso salón y con ellos todos los danzantes que, repiten las abuelas y no se cansan de repetir, eran todos, absolutamente todos los habitantes de Matamoros, sin faltar uno solo siquiera.

                De regreso en el coche, Abundio todo molido de cansancio y de los rabizurrigazos tuvo la curiosidad de indagar al de la rojinegra capa y díjole:

                Comprendo que en su “ baile danzaran Don Fulano, que dicen mandó matar a su suegra para quedarse con una herencia; que esté Zutano el prestamista, que no falte Perengano, hijo del dueño de la postas que asalta enmascarado las diligencias de su propio padre, que estén los dueños de la taberna y de la lechería que bautizan sin estar ordenados, que bailen Doña Nachita que le quitó el novio a su hermana mayor y otros y otras muchas que por prudencia callo, pero ¿que dancen todos los habitantes de Matamoros, sin faltar uno siquiera…?

                Complaciente, el de la capa bicolor sentenció:

— No les has visto la lengua: negra y rayada la tienen.

                Y diciendo esto puso una reluciente moneda que parecía onza de oro en la diestra del violinista y al mismo tiempo de un tremendo puntapié con la hendida pezuña lo arrojo del coche, yendo nuestro cuitado a yacer en el mismo sitio donde lo botara el supradicho traspiés.

                Al levantarse Abundio y ver la moneda, encontróse que era un peso falso, del plomo más pesado que se conoce.

                Desde entonces, cuentan las abuelitas que Abundio antes de libar licores, entre una y otra libación y después de cada libación, recitaba una cuarteta que decía:

“Obedece esto que hablo

y evitarás cosas feas:

jamás invoques al Diablo

aunque en el Diablo no creas.”

 

 

 

 

 

 

 

 

4- SALUDO PRESIDENCIAL

                Durante los últimos años del siglo pasado y los primeros del actual, en un pueblecito de la frontera norte de México – y es de suponerse que en toda la República–, el primero de enero amanecían los pacíficos vecinos preguntando: — ¿Quién “salió” de Presidente?

                   Refiéranse, por supuesto, al Alcalde del pueblo.

                  La designación del cabeza de la comuna, solía hacerla el Jefe Político, el Gobernador del Estado, o ambos de acuerdo, cuando eran compadres, lo que ocurría a menudo.

                 Eso sí, se cumplían los formulismos, y año por año, la última quincena de diciembre, el C. Srio. del muy H. y R. A. trabajaba día y noche, y para la fecha de la renovación de funcionarios, ya estaban completos los expedientes de una elección popular; solían aparecer como votantes ciudadanos que estaban ausentes del lugar desde ya más de un lustro y otros que, aunque yacían en el mismo poblado, ya ni respiraban ni se movían desde los lustros o más.

                      Fuerza de la rutina.

                        Generalmente se turnaba en el puesto a los miembros del Ayuntamiento que fue “nombrado”, cuando pasó por allí D. Porfirio, y la “elección” salía acertada o…

                           Un año le toco a D. Rogelio. Este dejó su rancho para venir a ocupar la Presidencia. Ocho días antes, un enviado matando caballos le comunico la noticia. Vino al pueblo y pregunto a Don Felipe, el Presidente saliente:

                –¿Qué voy a hacer, compadre?

                –Pues no mas haga lo que yo, compadre.

                Satisfácele la respuesta y diese a copiar a Don Felipe. Usaban éste sombrero de copa, fenomenal puro de “a real” y grueso bastón apizaqueño.

                Y  hete aquí el primero de enero a Don Rogerio con la recia cabezota en continuo movimiento a fin de mantener en equilibrio el sombrero de seda; mordiendo el grueso puro para que no se le escapara de la boca y cambiando sin cesar de mano el bastón, pues no se acordaba si su compadre lo usaba en la de la rienda o en la del fuerte.

                En la puerta del “Palacio”, esperábanlo los principales vecinos.

                El compadre Felipe se apresura a saludarlo, darle la bienvenida, felicitarlo. Se acerca destacándose y tendiéndole  la diestra…

                Aquí fue el apuro de don Rogerio: no podía hablar y le faltaba una mano: una ni para que contarla, estaba ocupada con el apizaqueño; si se quitaba el puro de la boca para contestar, no podía quitarse el sombrero, correspondiendo al saludo…

                El embarazo fue momentáneo: para eso tenemos mollera; dejó el bastón  en el suelo, se destocó  con la recién  desocupada mano, con la otra se quito el puro de la boca y contestó rápido:

                —Gracias, querido compadre y señores.

                Y siguiendo rápido, para estrechar las manos que se le tendían tomo en sombrero de copa entre los dientes y estrechó la diestra de todos los de la comitiva.

                Terminada “la reciba”, como escribía Nacho, el “periodiquero del pueblo, el Jefe Político se dirigió en telegrama cifrado al gobernador: “Compadre, creo que estuvimos acertados en el este año…”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

V. LA COMADRE MUERTE

                Fue a mediados del siglo diecinueve.

                Regalo de un cliente rico agradecido — ¡rara avis! – el mejor caballo de la aldea lo montaba don José María, recio hombracho, médico del poblado y sus contornos. Alazán, de árabe abolengo, buena alzada, finos remos, elegante cuello, crin sedeña, inteligente la mirada, ágil la marcha, suave el trote, veloz la carrera, y, sobre todo rápido y dócil al menor impulso de su dueño.

                Don José María y su alazán eran figuras familiares en la comarca. A cualesquier horas, diurnas o nocturnas, en cualquier tiempo, bonancible o borrascoso y a todo lugar, por más lejano que de la aldea estuviese, si de enfermos de trataban, veíanse presurosos acudir caballo y caballero.

                Al llamado – una noche agosteña—en la puerta del buen médico, respondió ligero relincho del alazán, como diciendo s su dueño: estoy dispuesto.

La mujer del médico:

Pocas veces me opongo a que salgas de noche, José María, pues sé que en esto nunca me atiendes, pero esta noche, te ruego que no salgas.

–Ahora no me alegarás mal tiempo; es una noche jubilosa; luce una luna espléndida.

–Sí. Pero… se dice… te vas a reír de mí; que se aparece un fantasma: la llorona talvez; es una mujer vestida de blanco con el pelo suelto. Yo sí lo creo, me lo contó doña…

–¡Fantasmitas a mí! ¡Bah! Ya sabes que la Muerte y yo nos tuteamos; es mi comadre. Y sin mas, abrió la puerta, se entero de la dirección del enfermo y ensillo la cabalgadura.

–José María, ten cuidado—lo despidió la mujer–; yo creo en la aparición, me lo contaron personas serias que no mienten; don Nicanor, el del estanquillo, don Tobías, el sastre, doña Luz, la esposa del alcalde…

                El viaje fue a “Los Horcones”, ranchería algo distante de la aldea. El buen paso de la cabalgadura hacía que pocas horas regresara Don José María. La luna se había ocultado y la luz indecisa de la madrugada todavía no esclarecía bien. Las siluetas de las chozuelas se difuminaban en sutil neblina.

                Don José María, que olvidó pronto las recomendaciones de su mujer, las recordó súbitamente al enfilar por la primera calleja, –Sintió el escalofrío del contacto con lo sobrenatural. Había vislumbrado, a mediación de la calleja, algo blanco, como forma de mujer con negra cabellera suelta, que, sin hacer ruido, de prisa caminaba, más bien se deslizaba…

                La sorpresa duró breves instantes. Don José María, habituado a observar, notó que el instinto de su caballo nada había percibido; el alazán no modificaba su acostumbrado paso ni daba muestra alguna de extrañeza. Sea lo que fuere, saldré de dudas: si es algo sobrenatural, sabré algo más de lo poco que sé, si es superchería… Y lanzó su cabalgadura al galope hacia la blanca figura que, rápida, se diría etérea, incorpórea, se deslizaba. Llegó presto el alazán a la vera del blanco fantasma y Don José María lo agarrotó…Cesó inmediatamente todo resabio: no cogió su fuerte diestra descarnadas vértebras, sino mórbido cuello.

                –¡Doctor, por piedad!

Era doña Luz, la esposa del Alcalde, que regresaba de amorosa cita de casa de don Rafaelito.

Don Rafaelito, el cura del lugar.

Don Rafaelito, varón de virtudes que murió en olor de santidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VI. GRACIAS, NI FUMO.

            Sostienen a capa y espada numerosas eminencias médicas – graves señores, calvos y barbudos –, fumadores empedernidos que encienden un cigarro con la colilla del anterior, que el vicio de fumar es perjudicial; otros, pocos y raros –flacos y melenudos – pero no menos graves doctores, y que jamás han fumado en su vida, afirman a espada y capa, que el tabaco es inofensivo. 

                En cierto país latino –pero también puedo haber sucedido en un sajón—cierta vez, cierto Jefe de Salubridad Pública, meditó sobre el asunto. Hombre hecho a las áridas disciplinas científicas, se dijo: Hay que empezar por el principio; porque  si principiara por medio o el final, ergo, no principiaría. El principio consistía saber cuántos fumadores había en el país. Hombre metódico, a fin de no salvar conductos y seguir la vía correcta, se dirigió al departamento de estadísticas.

                Año y medio después, Canuto C. Cantúnez, aparcero del rancho “El Tinieblo”, recibía el siguiente oficio:

Día de fecha

Núm. 3.

El C. Presidente Municipal de Magueyes, en oficio núm. 397-L., de fecha 27 del mes pasado, dice a este Encargado lo siguiente:

El C. Srio. De Gobierno del estado, en atento oficio núm. 882-74 – J., de fecha 35 del pasado, comunica a esta presidencia lo siguiente:

El C. Gobernador del estado, en atento oficio núm., 476-938-22-W de fecha 30 del pasado, se ha servido comunicar a esta secretaria lo siguiente:

La sección de investigaciones del Departamento de estadística, en atenta circular núm. 342-658-008-Ñ., de fecha 18 del pasado, se ha servido comunicar a esta Secretaría, lo siguiente:

El C. Jefe del Departamento, en atento acuerdo núm. 972-M-550-G-273-X., de fecha 5, del mes pasado, comunica a esta Sección, lo siguiente:

El C. Srio. de Correspondencia interior del Departamento de Salubridad, en atenta comunicación núm. U-000657 –KD-732-A9., fechada el 31 del mes pasado, comunica a este Departamento lo siguiente:

El C. Jefe de Salubridad, en acuerdo núm. 000-000-000-001-A, tomado el 2 del mes pasado, dice a esta Sría. lo siguiente:

Para fines científicos y por los conductos debidos, sírvase preguntar a TODOS los ciudadanos del país:

“¿Fuma Ud.?”

Lo que a mi vez, me permito transcribir a Ud. para conocimiento y demás fines.

En esta parte iba  Canuto cuando le sobrevino el mal del sueño, y, por nuestra parte, nuestro único anhelo es que no se le ocurra al C. jefe del Departamento de Salubridad, investigar; por los conductos debidos: cuantos enfermos existen de la misma dolencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VII. LLANEZA, MUCHACHO…

                Ejercía en un pueblo. Lauro, médico joven, practicaba consejos de libros y maestro. Quizá más de los segundos que de los primeros. Uno de sus sabios maestros – cuyas enseñanzas recordaba casi todos los días–, recomendole lo que Maese Pedro, titiritero, a sus mozo trujamán: “Llaneza, muchacho, no te acostumbres, que toda afectación es mala.” Habíale dicho: “Hablar al pueblo, como el pueblo habla; solo así entenderéis al pueblo y el pueblo os entenderá.” Y Lauro seguía el consejo.

                Así fue que cuando Sonia lo llamó, la fuerza de la naciente costumbre lo hizo olvidarse que hablaba con una damita recién llegada de la metrópolis. Sonia era flor y parecía capullo. Veinte años… ¡y los confesaba! Los confesaba porque su esbeltez, su regular estatura, su rostro aniñado, su cutis terso y fragante, la reluciente mirada de sus excepcionales ojos negros, toda su frescura, en fin, le daban un aspecto de adolescente de catorce primaveras.

                Nadie al verla la creería madre de la blonda nenita cuya enfermedad motivaría la visita del joven médico. Sonia necesitó protestar, entre seria y complacida, cuando Laura, en el curso del interrogatorio, trató a la nenita como hermana de la flor-capullo. Y aún después de la aclaración del parentesco, Laura, sabiendo que no debía dudar, dudaba.

El caso era una banal amigdalitis.

–¿Le duele al mascar?—inquirió el médico.

–No, Doctor, no se queja al masticar.

                Aunque Sonia no subrayara el “masticar”, a Laura se lo pareció y el pudor de pasar por vulgar y ridículo, hizo a fluir la sangre a su rostro moreno.

¡Maestro, querido maestro –pensó sin expresarlo–; heme aquí lucido por seguir tus consejos!

Durante el resto de la visita, meditó, rebuscó, pesó, analizó cada una de sus palabras, emitiendo solo las que le parecían elegantes.

Ya para despedirse, final recomendación:

–Además de lo prescrito, le aplica usted pediluvios.

                 A las diez de la noche, Lauro escribía las historias clínicas de la jornada, y al llegar a la de la nenita de Sonia, al recordar la que él creyera yerro, reafirmóse en el propósito de ser más cauto en el uso de su léxico, pues en el mundo –sobre todo si regresan de la Metrópoli—puede haber jóvenes damitas ilustradas, no se atrevió a pensar “marisabidillas”, por temor de que Sonia lo supiera.

                Sonó el teléfono.

                Sabiendo que sería –como todas las noches—equivocación de la telefonista, contestó indiferente: por primera vez en varios años no era error: a él lo llamaban.

Reconoció inmediatamente la voz de Sonia; habiéndola escuchado sólo una vez, no la olvidaría jamás: tan dulce era.

–Doctor, la nenita está muy aliviada; le doy siempre los…. Los… “latifundios”, eso que usted dijo?

La costumbre médica de no demostrar sus sentimientos, impidió a Lauro soltar la carcajada, pero sonrió, pues el teléfono aún no tenía televisión.

Al contestar por la negativa, percibió su educado oído un suspiro de Sonia, suspiro de alivio, de descanso, suspiro que hizo comprender al médico que el preguntar fue solo ardid para saber qué cosa era eso de “latifundios.”

¡Y él había dicho “pediluvios”, en lugar del claro, del llano, “baños de pies.” Porque Sonia no le enmendara, segunda vez, la plana:

Decididamente, Maestro, tú tenías razón; “Llaneza, muchacho…”, aun cuando se trate de damitas bellas recién llegadas de la Metrópoli.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VIII. WASHINGTON Y BOCA CHICA

                Causa curiosidad, a veces mezclada de extrañeza a muchos visitantes de nuestra región, enterarse de los nombres con los que mencionamos a nuestras playas: “Boca Chica” , la correspondiente a Brownsville, Texas, E.U.A., y “Washington” a la relativa a Matamoros, Tamaulipas, en México. Sonríen ante la aparente paradoja, o piensan en diplomática reciprocidad. Ni lo uno ni lo otro. Ambos nombres tiene su lógica explicación.

                “Boca Chica”, del lado texano debe si denominación a un accidente físico geográfico; las marejadas en ese lugar abrían un paso estrecho que formaba una laguneta; como un poco más al sur, está la desembocadura del rio Bravo, se designó el sitió con el nombre de “Boca Chica”. Por tradición el nombre se a conservado, – a pesar del cambio oficial del idioma y de que a la fecha canal y laguneta han desaparecido.

                En cuanto a “Washington”, en el lado tamaulipeco, se trata de otro fenómeno. Originalmente también producto de la naturaleza, aunque en su furia: a principios de este siglo –los más viejos ribereños a quienes he consultado no me han podido precisar el año—como resultado de un naufragio, apareció en médano ubicado a varios kilómetros al sur de la desembocadura de rio bravo, un barco de madera y de no muy grandes dimensiones, una de cuyas bandas se leía: “City of Washington”; por tal motivo los matamorenses que visitaban nuestra playa en ese lugar empezaron a usar expresiones como esta: “Vamos al médano del “City of Washington”. Con el afán de apocopar, pronto se dijo: “Vamos al médano del “Washington”; tras de suprimir el posesivo ingles se suprimió el posesivo en español, y se dijo: “El médano del Washington”, con lo que se olvidó el naufragio, el barco y se adjudicó al médano el nombre del primer presidente norteamericano; después y finalmente se suprimió el médano y sólo se dijo y se dice: “Vamos a Washington”: si se acortó la denominación, en cambio se agrandó en longitud el sitio, pues convirtió en una extensión de varios kilómetros –desde la “boca del río” hasta la playa de “El Barril”—lo que ahora se conoce con el nombre de “Playa de Washington”, y muy pronto, gracias a la flamante carretera soñada, en “el balneario Washington”.

                  Parece que hay la tendencia de  llamar a esta playa matamorense “Bagdad” o no sé qué otro nombre; no nos parece histórica ni geográficamente acertado el propuesto nombre, pues Bagdad existió al margen del Rio Bravo, cerca de su desembocadura, y el sitio donde termina ahora la carretera no es precisamente allí. Dejar el nombre de Washington sería conservar una tradición local. No deshonra honrar a Washington.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IX, EL BELGA

                Fue G… uno de los belgas que vinieron con la expedición de Maximiliano.

                Terminada la guerra quedóse a vivir en Matamoros. Pacíficamente sin mencionar nunca su aventura vivió y murió en Matamoros. Aprendió el español y lo hablaba pasablemente; solo cuando se excitaba  –raras veces—hablábalo a lo gabacho: sin vocales finales y acentuando la ultima sílaba. Fabricaba escobas y las pregonaba callejeramente: “¡A las buenas escobas!” Pero si le regateaban mucho las comadres replicaba: “¡No cara. Buen scob!” Por lo demás, trabajador, apacible, honrado, sin vicios, tenía muchos amigos, y era bien visto por todo el pueblo.

                Sucedió por este tiempo que falleció don Manuel N. Murió repentinamente, y, como de costumbre, expusieron, su cadáver en la sala. Las puertas abiertas de la casa mortuoria, las negras colgaduras, el estrepitoso llanto de los deudos, anunciaban al pueblo todo el fúnebre suceso. G…, que por dicha calle transitaba, un hato de estovas sobre el siniestro hombro y una escoba en la diestra mano, entró, contrito en la doliente casa. Dejó su mercancía en un rincón, se destocó reverente y se sentó en silencio. A su llegada cesaron los cuchicheos sobre la súbita muerte. Tras unos minutos de silencio hablo G…:

                “¡Pobre Manuel! ¡Murió Manuel! Era un buen ciudadano: votaba cada año y nunca estuvo en la cárcel. Fue un buen hijo: yo lo vi que cuidó a sus padres hasta los últimos instantes que vivieron. Fue un buen esposo; todos sabemos que quería mucho a su respetable esposa, hoy su respetable viuda. Fue un buen padre: dio buena educación a sus hijitos. Fue un buen vecino: nunca hecho la basura en los solares de su alrededor. Fue un buen amigo: siempre hacía los favores que podía. Fue un buen cliente: siempre me compraba escobas…» Al llegar allí, acosado por un recuerdo desagradable, se excitó y prosiguió su oración fúnebre de la siguiente manera: “¡Pero, ah disgracidad”, tenía una “vac” y esa “vac” se comía toda mi “spig” y no me “dejab” ni para una “scob”…

                No terminó: los dolientes ahi presentes lo tomaron de los brazos y lo pusieron en medio del arroyo. Tras G…. salieron por el aire y certeramente le pegaron de los pies a la cabeza, las “scobs”…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

X.  LAS FERIAS EN MATAMOROS

ANTAÑO.- Desde el inicio de la memorable –principios de este siglo—recuerdo las ferias que se celebraban en la H. Matamoros Tamaulipas.

NUMERO.- Eran dos, la primera llamada “la Jamaica”, y la segunda o “la feria grande” o “de septiembre.”

TIEMPO.- Verificábase la Jamaica en mayo, empezando durante la primera semana del mes, y la “feria grande” daba principio en la segunda semana del patrio mes.

DURACION.- Por acuerdo de los ayuntamientos, sancionado por el Gobierno del Estado, la Jamaica debería durar quince días, y la feria grande un mes;  pero era costumbre prolongar la primera por todo el mes, y la segunda por mes y medio, y, a veces, hasta por un par de meses.

UBICACIÓN.- El lugar de instalación de ambas ferias era la plaza Allende. Esta plaza se encuentra entre las calle Morelos al Norte y Guerrero al Sur, y entre las calles número diez y once al Oriente y al Poniente.  –En aquel entonces dicha plaza estaba casi en el límite sur de la población, ya que el pueblo por ese tiempo terminaba a dos o tres cuadras al mediodía, en la calle Canales. –A la plaza de Allende, popularmente se le denominaba “Plaza de la Capilla”, por existir en su costado oriental una capilla en ruina, ruinas obras de un ciclón.

La Plaza de la capilla, se aseguraba, había sido planeada especialmente para instalar ferias. Tal parecía: en el centro se elevaba un quiosco de madera para ser ocupado por las bandas de música; rodeaba al quiosco un embanquetado circular, como de seis metros de anchura pavimentado de ladrillo; a este embanquetado interior seguían espacios de tierra libre, sin árboles ni césped; luego otro embanquetado, también de ladrillo, menos ancho que el anterior, de forma cuadrangular, siguiendo paralelamente los lados de la plaza; seguía a este segundo embanquetado nuevos espacios libres,

Hasta las calles, en cuyos límites sólo existía un cordón de la anchura de un ladrillo a lo largo; en cada ángulo de la plaza y cada media cuadra, sendas banquetas unían ambos embanquetados y daban entrada a ellos. No había aceras exteriores y como los espacios libres se ocupaban con los puestos de las ferias, por eso se afirmaba que la plaza de la Capilla fuera planeada para tales festividades.

LA RAYADA.- En las últimas semanas de abril y de agosto se anunciaba en los periódicos locales –“El Puerto de Matamoros” de Don Pepe Arrese, “ El Sol de Mayo” de Doña Eutimia, y “el Matamorense” de Don Pedrito—que iban a subastar los locales para la próxima feria. El día fijado se llamaba “de la rayada” y era toda una ceremonia. A la hora predicha se apersonaban en la plaza una comisión del R. Ayuntamiento, los solicitantes de los locales y no escaso público. De acuerdo y sin que por lo general hubiera discrepancias, escogían los solicitantes sus respectivas ubicaciones. Se respetaba la tradición y ocupaban los lugares que en anteriores ocasiones hubieran tenido. Ya de acuerdo, un peón  limitaba con líneas de cal pulverizada los lugares escogidos. Era la “rayada”.

LA CALENTURA.- Oficialmente las ferias comenzaban el primer domingo de mayo y el segundo de septiembre, pero por costumbre se inauguraban los sábados “la calentura”. Durante “la calentura” en las cantinas se obsequiaba una cerveza, en los restaurantes no se cobraba el café, los dulceros y fruteros daban a probar su mercancía y, en general, en los demás puestos se hacían pequeños obsequios o se cobraba la mitad de los objetos.

LA BANDA.- La banda municipal, primero bajo la dirección del Maestro Cenobio Carrillo, y luego bajo la batuta del Maestro José María Barrientos, noche a noche, y los domingos –y algunos sábados—también en la tarde, amenizaba y era una de las principales atracciones de la feria. Se contaban principalmente marchas: “ el 23 de infantería”, la incomparable “Zacatecas”, “Los Cazadores” con uno o dos emocionantes y esperados disparos de fusil… valses, el también incomparable “Sobre las Olas”, “Alejandra”, “Recuerdo”… y se atrevía con trozos clásicos “la marcha de Aída”, la “Caballería rusticana”… y se llegaron a estrenar obras de compositores locales: “De Matamoros al Paraíso” del propio Maestro;  varias y diversas obras –valsas, danzas, marchas del Maestro José María Barrientos, y la marcial y armoniosa marcha “Gral. Lauro Villar” de la inspirada compositora matamorense María Hinojosa.

LA CONCURRENCIA. En el embanquetado alrededor del quiosco, durante las audiciones –y aun horas antes—las señoritas matamorenses en parejas o en grupos de tres –raras veces de cuatro—daban vueltas y vueltas – como en las “retretas” o “serenatas” de la Plaza Hidalgo—en sentido contrario a las manecillas de un reloj; las respectivas madres sentadas en bancos a prudente distancia, vigilaban o simulaban–; los jóvenes –y uno que otro viejo verde—también en parejas o tríos –rara vez solitarios—giraban en sentido contrario. Y a la vuelta y vuelta se intercambiaban miradas, suspiros, sonrisas; o flores que ya confirmaban la aceptación. Así nacieron muchos idilios y no pocas indigestiones con “calabazas”.

LOS “CABALLITOS”.- Un “tren de caballitos” instalaba mi padre —luego mi paternal hermano—en la feria. Eran pequeños caballos de madera –una docena–, dos iguales, pintados de diferentes colores, y que pedían de sendas barras de metal. Se hacían girar por un cigüeñal movido por mano humana. Bastaba para la tracción un sólo hombre. Había a demás dos cochecitos –“las cunitas” las llamaba la chiquillería—para acomodar a los mas pequeñuelos y a las niñitas, aunque muchas de estas –sufragistas ahora – preferían a los caballitos, y montaban a ahorcajadas. Un cilindro musical, accionado también a mano, acompañaba con viejos valses desentonados el circular de los caballitos. El “Cigueñista” y el “cilindrero” tenían también la misión de vigilar que los chicuelos no se atravesaran al voltear de caballitos y cunitas. Recuerdo que una tarde, a pesar de la vigilancia, un chiquillo se atravesó y fue derribado. Inmediatamente se detuvo el tren y se atendió a la víctima. Por fortuna los golpes no fueron de consideración y al preguntarle, para consolarlo, que qué quería, respondió que “dar vueltas montado en un caballito.”

Algunas ocasiones venía un “carrusel” en toda forma, con caballitos y otros animales grandes, accionados por motor, con órgano musical mecánico–, pero la chiquillería matamorense de aquel entonces prefería la de los “caballitos chiquitos” y aun los padres compartían la misma opinión, los consideraban “menos peligrosos.”

LOS PUESTOS.- Al día siguiente de “la rayada” y con febril actividad se procedía a la erección de los puestos. Se fabricaban con madera y se techaban con un zacate especial o con hojas de palmera, se oía el martilleo en todo Matamoros. Eran más o menos grandes, según la categoría del negocio al  que estaban destinados.

CANTINAS.- se instalaban dos o cuando más tres, eran las que ocupaban más espacio y las construían cerradas por los cuatro lados, con cancel en la puerta que impedía ver el interior. Además de expender bebidas alcohólicas, eran también garitos, con ruletas, “carcamanes” y juegos de baraja y dados. Tanto los borrachines como los tahúres obraban con discreción y no hubo escándalos notables ni mucho menos hechos de sangre.

RESTAURANTES.- Los había grandes, medianos y “fritangas”. Los puestos de los restaurantes seguían en importancia a los de las cantinas, pero los hacían abiertos en tres direcciones; solo al sur – viento reinante—no tenían protección, para que el viento avivara mucho la lumbre de leña o carbón. Se comía, pues, casi al aire libre. Eran platillos principales los regionales: cabrito en sangre o al pastor, predominado de la primera manera, menudo, carne asada, enchiladas… Muchas familias gustaban cenar en la feria y, cuando no podían ir, se hacían llevar “ordenes” a sus domicilios.

                Las fritangas no tenían puestos, instalaban en cualquier sitio no estorbarte el brasero y las olas de atole y tamales.

LAS LOTERIAS.- Atracción popular eran las loterías. Había cuando menos dos. Se premiaba con vasijas de barro, de vidrio, con abanicos, anillos y otras baratijas. Era curioso oír a los “gritones”. Una de las loterías la regenteaba un conocido matrimonio de la clase media. Cuando ya estaban vendidos los “cartones”, decía solemnemente la señora: “Ya mi rey!” –Contestaba el señor: “Ya mi reina!” –Y “el rey” empezaba a vocear, con las metáforas acostumbradas, las figuras que iban saliendo: “”El que le cantó a San Pedro” –el gallo—“La cobija de los pobres” –el sol–; “Don Cucufate en la paseada –el borrachín–; “Para arrear el ganado” –el peine–… Otra lotería la voceaba un entonces jovencito, muy circunspecto y posesionado de su papel que, a voz en cuello que se escuchaba en todo el Matamoros de entonces, anunciaba: “El Búfalo del Ohio!”, pero no pronunciando “ojaio”, sino castellanamente “oío”, en lo que nosotros entonces –y todavía—aprendices de ingles, nos reíamos, sin misericordia, pero también sin discreción.

EL FONOGRAFO.- Reciente el descubrimiento de Edison, se explotaba en la feria el fonógrafo de los primeros que hubo. Los sonidos estaban grabados en cilindros y se escuchaban individualmente por medios de audífonos personales. Explotaba el invento un señor Carbajal que había grabado un cilindro con una producción de su cosecha y que ponía a petición del público: una oración fúnebre! Pero causaba admiración que, entre los chirridos y rispideces, se reconocía la voz del señor Carbajal elogiando a un muerto.

PELEAS DE GALLOS.-  Se alzaba un palenque, a veces dentro de la misma plaza, pero en la mayoría de las ocasiones dentro de un solar baldío de los que rodeaban entonces la plaza, a menudo en el sitio que ahora ocupa el Cine Alameda. A los muchachos de entonces nos llamaba mucho la atención la forma circular u octagonal del templete, pero nunca pudimos ver el interior, pues se cumplía estrictamente la orden de no admitir menores de edad.

CORRIDA DE TOROS.- la plaza de toros estaba a dos cuadras de la Plaza de Allende, por el rumbo sur. Solo funcionaba cuando las ferias y nada más con una o dos corridas.  Eran éxito de taquilla el “Reverte mexicano”, la cuadrilla de “las señoritas toreras”, que capitaneaba la “Charrita mexicana”, más jinete que torera, y, en las ultimas ferias “ la cuadrilla juvenil mexicana “con los niños Arruza entre otros. Detalle recordable: mi compañero de escuela primaria entre otros. Detalle recordable: mi compañero de escuela primaria el niño Alberto Benevendo –de rancia familia matamorense y que sabia tocar la corneta, era el que daba las clarinadas que regulaban la bárbara fiesta, de la que decía en el final de uno de sus sonetos mi Maestro Don Pepe Arrese:

El picador… y el público ilustrado”

…sólo veía dos bestias en la plaza.

DULCERIAS.- NO faltaban los puestos de dulces, dulces de fabricación local, entre los que descollaban los sabrosos y nutritivos “jamoncillos” –dulces de leche quemada–, los no menos deliciosos calabazates y las incorporables charamuscas correosas rellenas de nuez.

FRUTERIAS.- En ellas se expedía fruta de la estación, sobresaliendo las sandías, sandías gigantescas de fresca y dulce pulpa de incitante rojo, que dieron fama nacional a Matamoros; caña de azúcar, entonces cultivada, aunque en poca escala y de sabor algo salado, en la región, y cacahuate de “El Paso”, traído de galeana, Nuevo León.

OTROS PUESTOS.- Entre otros puestos, solía haber los de cerámica, popular y artística –cazuelas y floreros–  legítimos de Tlaquepaque.

PINIS.- Un año, un buen Ayuntamiento (“bueno” en el sentido irónico y peyorativo) permitió por apatía o por venalidad –averígüelo Vargas—que los puestos de las cantinas no fueron derribados, como se hacía inmediatamente después de las ferias; persistieron, pues, las cantinas, al poco tiempo se añadieron otras y no tardó la plaza de Allende en convertirse en inmundo zoco, así persistió por varios años hasta que otro Ayuntamiento (ahora sí “bueno” en su prístina acepción) se impuso a los “intereses creados”, derribó los puestos del zoco y transformó la plaza de la Capilla en hermoso jardín actual. Pero la Plaza Allende dejó de ser sede de las ferias matamorenses.

En puridad, desde el linde de mis recuerdos –principios del siglo actual—las llamadas ferias de Matamoros, no lo fueron, sino festividades con disfraz popular y, en realidad, culto a Birján, constitucionalmente prohibido, pero oficialmente permitido.

HOGAÑO.- El almodrote de la Academia asienta que feria es: …”3. Mercado de mayor importancia que el común, en paraje público y días señalados, y también las fiestas que se celebran con tal ocasión. 4. Paraje público en que están expuestos los animales, géneros o cosas para este mercado”…

Este año –1961—y gracias al entusiasmo del actual Gobernador de Tamaulipas, Dr. Norberto Treviño Zapata –matamorense nato–  habrá en Matamoros una verdadera feria que concuerde con la definición académica.

NUMERO.- se han verificado previamente, en los dos años anteriores “exposiciones” agrícolas, comerciales y ganaderas; este año se verificará la tercera de esas exposiciones y primera feria algodonera.

DURACION.- Durará diez días, los comprendidos entre el once y el veinte de agosto. Lapso adecuado, pues coincide con la cosecha del algodón.

UBICACIÓN.- Cuéntase con lugar especial –“paraje público!—localizado al sur de la carretera pavimentada a la que llaman “el Sendero Nacional”, al poniente de la ciudad, distante dos kilómetros de esta. El tramo carretero sirve como pase y se recorre en breve tiempo y con comodidad.

EXTENSION.- Comprende trece y media hectáreas –diez veces mayor que la Plaza de Allende—y hay probabilidades de ampliarla.

ADAPTACION.- Se ha planeado para su objeto. De la carretera se entra por amplia avenida forestada. Frente a la entrada hay, a ambos lados, dos secciones para estacionamiento de automóviles, con capacidad para mil quinientos vehículos.

PLAZA PRINCIPAL.- Ocupaba la parte central y es de basta extensión la “Plaza principal” de la feria. Está pavimentada y adórnala en su centro una fuente monumental. En su costado sur se irguen tres altos mástiles, en el más alto y central de los mástiles, la Bandera Nacional, en el de la derecha, el lábaro de Tamaulipas, y en el de la izquierda el gonfalón de la feria. Esta ceremonia la efectúan un representante  especial del Presidente de la República, el Gobernador del Estado y el Presidente Municipal, respectivamente, a los sones de los himnos Nacional y de Tamaulipas y con los aplausos respetuosos y entusiastas de la concurrencia.

BANDAS.- Tres bandas dan sus armonías, la banda municipal de Matamoros, la banda del Gobierno del Estado de Tamaulipas, que viene especialmente de C. Victoria y, un día dedicado a internacional, la banda estudiantil de una escuela estadounidense. Además, algunas de las negociaciones expositoras ofrecen grupos de mariachis.

EL “GRUPO REGIONAL TAMAULIPECO”.- Obra del Gobierno del Estado de Tamaulipas. Músicos y bailarines. Tocan y bailan sones regionales, especialmente huapangos y polkas. Su maestría los hizo vencedores en concurso nacional. Su fama es internacional. Han hecho giras triunfales a diversas ciudades de Europa, Estados Unidos del Norte –incluyendo Hawai– y Centro y Sudamérica. Este Grupo regional tamaulipeco es admirado y aplaudido en la feria de Matamoros.

PUESTOS.- Se han construido seis grandes pabellones de diez pos cuarenta metros, subdivididos cada uno en veinte departamentos (nos resistimos a llamarlos “stands”). Existen además otros puestos individuales, de menor, igual y mayor tamaño que son ocupados por diversos expositores. Entre la plaza principal, los pabellones, los versos expositores. Entre la Plaza principal, los pabellones, los puestos y demás estructuras, hay amplios espacios abiertos, algunos con banquetas y arbolados. Se piensa seguir forestando.

RESTAURANTES.- Hay uno principal, con edificio especial, y otros que se instalan en los puestos o terrenos de la feria. El restaurante principal está situado al sur y además del edificio cubierto, consta de amplia terraza, con mesas donde se come al aire libre. Momentos hay en que ambos lugares, el cerrado y la terraza, son insuficientes. Buen servicio y buenas comidas regionales.

JUEGOS MECANICOS.- Al oriente de los terrenos “ juegos mecánicos” –carrusel,  montaña rusa, autos chocadores, sillas voladoras, etc.,– de aceptación popular y donde añoramos el tren de caballitos”…

LA REINA.- Luego de la ceremonia de la inauguración, prosigue la de la coronación de la reina de la feria, a la que impone corona y cetro del Gobernador del Estado. La reina es previamente elegida por votación popular. Este año hay candidatas del agro y citadinas. La coronación es vistosa y colorida; previamente desfilan bellamente ataviadas bellas damitas con rango de embajadoras, además de las principales poblaciones del Estado, del Valle bajo de Texas y de Monterrey.

BAILES.- En seguida de la coronación, inicia el baile la reina, danzando con su chambelán; hacen lo mismo la princesa, todas las damas de la corte y las embajadoras. Después el baile se generaliza y se entregan al placer de Terpsícore cuantas parejas lo desean.

LOS EXHIBIDORES.- Múltiples son  y diversos. Se presentan con sus mejores ejemplares lo pecuario y lo agrícola, la industria y el comercio. Grupos de ganado, donde descuellan magníficos individuos, muestran lo mejor de vacunos, equinos, ovinos, porcios y caprinos. Eminentes ejemplares avícolas, y sus productos. Se premia a los mejores y se hacen transacciones  –feria. Los agricultores exhiben sus productos escogidos; plantas enteras de algodonero con numerosas y grandes capullos albeantes; enormes mazorcas de maíz con grandes y suculentos granos; diversas variedades de frijol y muchos otros productos del agro que nos es grato ver y nos enorgullece saber que en la región se producen. La industria muestra varias de sus ramas; la petrolera enseña con maquetas y gráficas el proceso de la extracción y beneficio del petróleo; la industria eléctrica muestra lo suyo; los algodoneros enseñan el proceso de industrialización del algodón, habiendo mostrado en funcionamiento el primer y primitivo despepitador que funcionó en la región; otras industrias, la de la cordelería, la de las conservas alimenticias, etc., muestran los procesos de sus elaboraciones.

CIVISMO.- el gobierno del Estado, en un pabellón especial “Tamaulipas construye “ muestra con productos, gráficas y maquetas, la labor constructiva que el actual gobierno hace para beneficio del estado. Se exhiben películas alusivas. Las Secretarías de agricultura y Salubridad muestran lo suyo.

LIENZO DEL CHARRO.- Preocupadas las autoridades dirigentes por la conservación y desarrollo del deporte hípico, en su mexicanísima rama de la charrería, han construido en los terrenos de la feria un “Lienzo del Charro”. Tiene todo lo necesario, graderías con capacidad para mil espectadores y  caballerizas para docenas de caballos.

PISTA DE CARRERAS.- Así mismo para el desarrollo de los hípicos deportes, se cuenta con una pista para cerreras de caballos. Está al sur de los terrenos y posee las dimensiones requeridas.

LOS PREMIOS.- Calificados por un jurado experto, se galardona al final a los mejores productos o animales exhibidos. Es otra ceremonia especial, otorgando los premios el Sr. Gobernador del Estado.

ARTESANIAS.- Se informa  que en la feria correspondiente al presente año se empezará a dar importancia e impulso a las artesanías populares. Habrá de ellas exhibiciones especiales y especiales premios.

PRONOSTICO.- Las ferias en Matamoros –ahora si verdaderas ferias en la acepción académica—son ya una institución y tienden a hacer tradición. La harán. Benefician a Matamoros;  a Matamoros se conoce y, conocerlo, es admirarlo y amarlo. Si en Matamoros se construye el proyectado puerto –que sí se construirá—en no pocos años las ferias matamorenses serán un acontecimiento de trascendencia mundial.

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